0:00
Ella, quien jamás supo defender que el amor te hacía feliz, que era algo por lo que merecía la pena luchar y reírse a carcajadas por haberlo conseguido. Quien jamás apostaría nada por nadie, quien harta de todo y de todos decidió dedicar el tiempo en sí misma. Esa que padecía ataques de independencia constantes, que no confiaba, que no cedía por confiar en nadie. Cero. Pero algo iba diferente al respirar ese aire, dolía menos al aspirar, podía manejarlo con más soltura. Y se acordó, en ese momento se acordó: 'deberíamos medir nuestro bienestar por todas aquellas personas que, salidas del más absoluto silencio, nos enseñan a gritar, a perder la cabeza. Solo por llegar a respirar a una de aquellas personas que logren desintegrar nuestro miedo, prejuicios y valores merece la pena exponerse al dolor. Dejarse romper.'
Él, quien supo desde el primer beso que no era terreno fácil, quien pensó que quizá después de tanta nube gris esos últimos meses no sería capaz de conseguir lo que en el fondo sabía que podía. Quien vivía con miedo de prácticamente todo, por pensar que si la mentira existía, y había existido ¿por qué no una segunda o tercera vez? Pero en ese momento también se acordó de algo: 'deberíamos medir nuestra vida por los momentos que nos llevan a la locura, que revientan nuestra cordura. Somos tan pequeños e insignificantes que no valoramos los instantes en los que el arte aplasta nuestra respiración, nos la roba, nos la entrecorta, nos la excita.'
0 pegote(s) de tinta.