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Me quema la hipocresía del mundo que me rodea, la forma tan elegante que tiene de vendernos porquería vestida con trajes de chaqueta y corbata a los que yo no tengo acceso. Me quema la mentira, desde mi absoluto desconocimiento acerca de aquello a lo que algunos llaman vida. Me repugna la flama de los mercados que tanto adoran los informativos, las deudas que pagan quienes menos culpa tienen del despilfarro, la ineptitud de quienes manejan lo que siendo nuestro, creen suyo. Pero lo que más me repugna es que yo estudio esta mierda que ahoga a quienes más quiero. ¿Tan cara es la verdad? ¿Tan peligrosa? Me incendio por intentar acercar la realidad a una sociedad cuyos ojos rara vez quieren mirar y dentro de la cual el ciudadano favorito de las autoridades es el idiota, es decir, quien anuncia con fatuidad "Yo no me meto en política". Y lo dice convencido, como si eso fuese posible, como si uno pudiera vivir en una sociedad política desentendiéndose de esa actividad, como si al renunciar a la política no fuese también una actitud política y por cierto, de las peores, porque cede a otros sin saberlo la capacidad de tomar decisiones sobre lo que antes o después va a afectarnos. Ojalá mis hijos no sean abrasados por la impotencia que se siente al admirar como, en ocasiones, para que ciertos opulentos naden entre litros de billetes, pequeños héroes de a pie, infaustos, desdichados, tengan que buscar sus zapatos en la basura. Quizá mi empeño sea censurado por en el camino pero eso no viene a cuento ahora.

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