Larvas que se convierten en mariposas,
renacuajos en ranas,
patos en bellos cisnes.

Al final, todo cambia a mejor.

Nada entre el concepto SER o ESTAR.

Sus ojos, su cara. Arrastran las señales lejanas de un disgusto vivido. Como un sueño precioso interrumpido por una persiana subida con demasiada furia. Como el sonido insistente de un móvil que alquien ha olvidado apagar y que hace sonar a otro por equivocación, o algo peor, alguien que no tiene nada que decir.

Algunos días después, no sé cuantos. Ese dolor que experimentas, que no consigues entender de donde puede llegar, que no te da explicaciones, que te hunde como una gran ola que no habías visto, que te ha cogido por sorpresa, que te revuelca, te quita la respiración, te hace rodar sobre la arena mojada, sobre esos pasos que te parecían ciertos en tu vida, Y en cambio no. No lo son. Ya no.

Verano de 2010.

El por qué de muchas cosas.

Después de un buen rato sentados delante de dos granizados de plátano en esa pequeña cafetería de la calle Génova, se decidió a hablarme.
Me habló de todo un poco. Del cáncer de su padre, del apartamento en la playa, de su viaje a Boston, de los novios de su hermana, de los exámenes de selectividad, de la vida que nunca tuvo en Nueva York, de los días de lluvia, de Leslie y las demás, de todo lo que le había costado comprender que esos días de octubre no volverían y de nosotros, sobre todo de nosotros.
Me di cuenta de que leer mi carta le había ayudado mucho. Estaba cambiado. Se había hecho mayor de repente ¡qué guapo estaba!
Yo aparte de llorar por todo aquello que podríamos haber sido él y yo si no fuéramos él y yo, le hablé de las chicas, de los planes de verano, de la fiesta del sábado, de mi problema de salud en navidades, de mis tremendas ganas por volver y un poco por encima mi filosofía sobre el cambio tan brusco que se dio en mi vida por entrar en aquel mundo.
Casi nos habíamos acabado el granizado cuando me dijo que su avión salía en 57 minutos y 35 segundos. Me eché a reír. Fue genial. Era como volver a estar en aquella ciudad. Todo lo referido al tráfico calculado a la perfección por eso de que los taxis amarillos...
Le acompañé a Barajas y facturó su maleta. Ya solo quedaban 11 minutos. Me abrazó. Y fue un gesto tan dulce como el de nuestra última despedida en el aeropuerto de La Guardia, donde me había dado un papelito escrito por él que decía:

"Y fue entonces cuando me di cuenta que era inútil vivir la vida como si se tratase de algo complejo. Si se puede llegar a sentir lo que tú me has hecho sentir en tan pocos días tiene que haber una manera de tomarse esto con mas calma. De respirar hondo (take a breath) como tú me decías. De no darle más vueltas. Te recordaré siempre tan bonita como el primer día en aquella fiesta en casa de Carolyne. Recurriré a tus consejos para todos mis problemas y dudas y escucharé "free falling" en los días de lluvia.
Un chico que encontró su camino gracias a tí, princesa. te quiero."

Así que no quise averiguar el cómo sino entretenerme en el qué. Le sonreí y le besé una vez más. De repente me hizo girar hacia el puesto de revistas y me hizo prometer que no me giraría hasta no haber contado hasta diez. Me giré. Ya no estaba. Entonces comprendí.
En una ocasión le dije que odiaba las despedidas.


Te recordaré siempre, en Manhattan.      

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