Deja que el viento la lleve por toda la ciudad.

Vuelvo a escribirte, aunque la carta de hoy es la más especial de todas, la de hoy está fechada a veintinueve de octubre. Exactamente hoy hace un año de la noche en la que dejé de ser todo lo que era para convertirme en lo que soy. Un año de la noche en la que me cambiaste un beso de alguien inolvidable por toda tu esencia, por toda tu realidad.
Desde entonces todo, en parte, ha ido mejor. Me he equivocado en infinidad de cosas pero otras muchas han salido perfectas y se que de no haber recorrido tantos kilómetros aquel día esto no hubiera sido así jamás.
Aquellos diez días fueron de los mejores que recuerdo, de hecho pocas veces me he sentido tan bien como entonces. Hoy escuece cada uno de los recuerdos y me producen instantáneamente unas ganas inmensas de volver. No cambiaría nada de aquel viaje, nada en absoluto.
Te echo de menos, igual que echo de menos todo lo que tiene que ver con tus baldosas, tus ruidos, tus mejores vistas, tus paseos, tu muchedumbre. Todo.
Ahora que ya ha llegado el frío los días empiezan a ser más largos y el cielo últimamente está nublado así que esto empieza a parecerse al cielo rojizo que me dejabas ver cada atardecer.
Siempre pienso, junto con los demás que también te echan de menos, que sería magnífico que pudieran ser reversibles todos y cada uno de aquellos días en Nueva York.


Volveré, te lo prometo.

Pd: Happy Halloween.

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Te invito a un café.
Caliente, claro. Y sin azúcar, sin aliento.
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Parte mia, parte suya, mucha parte nuestra

Mi padre. Trabaja en algo que no tiene nada que ver con la televisión y todavía recuerdo como, cuando era más pequeña, le pregunté qué es lo que hacían los actores mientras ponían anuncios en la tele, a la vez que la retransmitían por televisión. También recuerdo como entre risas él me contestó que eso llevaba ya un tiempo grabado, que se hacía por escenas, a trozos, y luego lo juntaban todo. Tengo grabada en vídeo a mi hermana pequeña haciendo las típicas gracias de esas edades. Cosas de críos. Gracias a otra grabación, de ese mismo día por cierto, también recuerdo como era la voz de pito que tenía a esa edad, no sé cual. Tengo un padre que es aficionado a prestarme su ayuda en cada paso que doy, incluso para sacar una simple fotografía.
En resumen, tengo un padre, podría contaros muchas cosas más sobre él, pero me limito a decir que, evidentemente, guardo muchos buenos recuerdos a su lado, pero sobre todo, le quiero agradecer que de mi corta vida, o mis escasos 18 años, hay un sinfín de pequeños y grandes anécdotas que sólo recuerdo por él, o por su pequeña manía y afán de querer inmortalizar todo, y llevar siempre cualquier instrumentillo tecnológico encima, ya sea un pequeño trípode(si, poco tiene de tecnológico) o una cámara de fotos cada vez más desgastada. Y de todos esos recuerdos que para mí valen tanto, he de reconocer que mi vida de interesante, poco. Pero si puedo asegurar que desde bien pequeña me ha corrido por dentro el gusanillo que me ha incitado a querer más, que me ha hecho verme, no sé por qué, más feliz que cualquiera que me rodease, porque he tenido siempre la posibilidad de correr, de pelearme, de gritar, de columpiarme, de caerme al suelo y tropezarme, de hacerme una herida en el recreo, de reír, de llorar, de planear algo con la mansa mente de una niña de 10 años, de ir con mi madre a comprar a Zara Kids y llevarme lo más hortera. También he tenido la posibilidad de ser de las primeras en entrar al comedor y de salir la última, de decidir no comer nada y sentir psicológicamente como justo el día que lo pruebo, no dejo ni rastro del asqueroso potaje y el asqueroso arroz con tomate del comedor del cole. He podido celebrar mi cumple en un local de lo más simple en mi urbanización y recordarlo como tardes estupendas con los amigos, tengo fotos con todos mis amigos al lado desde los 4 años (o con casi todos), me acuerdo de construir casitas pequeñas para las hormigas y escribir en mi diario con Ariana las mañanas de julio. Me acuerdo de mis piececitos andando por las playas de Cádiz, y pararnos antes en un chiringuito a comernos una bolsa de Doritos, de taparme los oídos al escuchar petardos e incluso llegar a llorar. He tenido la posibilidad de poder decir toda orgullosa desde bien pequeñita que ya me duchaba y me lavaba el pelo sola, de disfrazarme de Escarlata O’hara a partir de aquella estupenda Navidad, de ser una niña egoísta y caprichosa, de preferir bucear que nadar en la piscina, de morirme de asco al ver una tarántula muerta flotar sobre ella, y de aprender a los 7 años como pronunciar perfectamente “red” en inglés. He coleccionado bichos dentro de un bote de pelotas de tenis con mi hermana pequeña, y he sabido desde siempre que desde luego, los bichos (como estos del bote de tenis) bonitos si, pero me dan un asco impresionante. He jugado al tenis desde bien pequeña y antes no lo sabía apreciar, pero ahora se, que todo lo que me ha dado el deporte tiene en parte culpa de lo que soy y como veo las cosas hoy en día y se merece un gran agradecimiento.
Me he sentido desde pequeña muy afortunada por poder viajar, y tampoco he viajado mucho, me he sentido desde pequeña muy afortunada de poder hacer prácticamente todo lo que me gustaba siendo consciente de que hay otras muchas personas que están limitadas o que simplemente no pueden. Me he sentido desde bien pequeña muy afortunada de tener el padre que tengo, la hermana que tengo, la madre que tengo, de haber tenido la oportunidad de conocer a cada una de las personas que he conocido, de quienes siempre he aprendido algo distinto. Me siento ahora muy afortunada, de saber que sigo siendo pequeña, y de saber que, sin acordarnos, mientras que hay a muchas personas que se les está acabando el cuento, a mí me queda todavía mucha historia por contar y querer inmortalizar fotográficamente, tal y como mi padre, sin ser consciente de ello, me ha incitado a querer hacer.

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“Y fue en aquella ocasión en la que empecé a pensar en Thomas Jefferson escribiendo la Declaración de la Independencia, diciendo que todos tenemos derecho a vivir, a ser libres y a buscar la felicidad. Y pensé en cómo supo poner la palabra "buscar" ahí en medio, como si nadie realmente pudiera alcanzar la felicidad, como si sólo pudiéramos buscarla…”

Vaho en los cristales

Enciende la radio y apaga todo lo demás.
Oscuridad. Suspiros repentinos. Manos que se cruzan, divertidas, un beso y una camisa que resbala. Un cinturón que se abre. Una cremallera que baja despacio, muy despacio. Un salto. En la oscuridad pintada de oscuridad. Felices de estar allí. . .
Oscuridad hecha de deseo, de ganas, de ligera transgresión. La más suave, la más deseable. Coches que pasan veloces por la carretera. Faros que iluminan como un rayo y desaparecen. Ráfagas de luz que dibujan bocas abiertas, deseos suspendidos, alcanzados, quizá cumplidos, ojos cerrados, segundos después abiertos.
Y más y más.
Como entre nubes. Pelos alborotados y asientos incómodos. Manos que proporcionan placer. Bocas en busca de mordiscos y coches que continúan pasando, tan veloces que nadie tiene tiempo de reparar en aquel "amor" que sigue el ritmo de una música al azar, procedente de la radio. Y dos corazones acelerados que no frenan, a punto de chocar.

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