De verte aquí a mi lado, dejándote llevar.

12:08

El instante en el que me siento capaz de recorrer por entero un cuerpo. Y explotar en la más intensa libertad, allí mismo, sin esperar nada más, explotar de paz. Mezclarme con la pintura, la que define el brillo de cualquier farola a altas horas de la noche, la que oscurece las horas. Parar en seco y respirar, por fin, descalza por el suelo ardiendo y sentir el intenso calor oprimiéndome el pecho. El calor de verano, el único que consigue que al mirar la luna me haga recordar que la misma luz blanca que penetra en mis ojos lo hace por igual en aquellos otros que desde la otra punta del mundo se han sentido atraídos por ella. 
Quizá siempre tenga un lugar al que volver, algún abrazo que regalar, pero no puedo evitar sentirme atada a mi lugar de origen, por muy lejos que llegue a estar de él. Momentos en los que me convierto en aire y en partículas de bienestar flotando en el mar, mientras que los relojes de arena se agotan, se vacían midiendo sin cesión el tiempo correr. Ojalá pudiera añadir más arena a los relojes para estar más tiempo juntos. Retrasar el momento de irnos.
Que bien huele el verano. Cuando huele a casa al volver de vacaciones en septiembre, como a café con leche, y te acuerdas de tu refugio bajo la manta en invierno delante de la televisión.
Crecer. Eso quiero, vivir y vivir en mi y para mi. Y arañar la nada, y saber que hay días en los que soy lo que queda cuando no queda nada, aunque segundos después una sonrisa ajena pueda convertirme en éxtasis. Y así, como si fueras tú el que ha sido siempre. Lo dije, que no quiero un final feliz, solo quiero serlo. Y morir de ganas por que mis manos manejen su espalda, por que siempre tenga la ternura de mil y un abrazos, por que la energía de sus cosquillas sea el motor que conecte los mejores recuerdos, de los que ,algún día, me valdré para inventar mejores.

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