Domingos por la tarde.

20:14

Desde fuera somos puntos en un espacio enorme. Cualquier cosa nos aplasta. Y tal vez no nos damos cuenta pero el tiempo nos gana a pulso, envolviéndonos en bucles de horas. Mientras tanto, muchos de nosotros, impulsados por buenas o malas intenciones somos incapaces de ver llover o de estar más de diez minutos tomando el sol. Tenemos que ganarle recorrido al reloj, desandar las prisas, asegurarnos de que disfrutamos de la oscuridad. De la oscuridad compartida sobre todo.

Mirar una foto y clavar los ojos hasta acordarnos de todas las sonrisas de ese día, de cada lágrima, y de si era de día o de noche. De las palabras que enseguida se fundieron con tu oxígeno, de la respiración que posiblemente lo hiciera con el de la otra persona. Qué complejos somos, insensatos. Queremos lo que no necesitamos y rara vez vemos por nosotros mismos que son nuestros actos los que manejan las pasiones de los demás. Nos provoca malestar físico todo lo que sentimos inalcanzable y sin embargo obviamos detalles como una mirada a cinco centímetros...
Deberíamos medir la vida por los momentos que nos han empujado a la locura, que han reventado nuestra mayor sensatez. Y medir nuestro bienestar por todas y cada una de esas personas que, salidas del más absoluto silencio, nos han enseñado a gritar, y lo siguen haciendo. Solo por esas personas que logran desintegrar nuestro miedo merece la pena todo. Dejarse romper.

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